52Ken / El Aquietamiento (La Montaña)

hexagrama

La imagen del signo es la montaña, el hijo menor de Cielo y Tierra. Lo masculino se halla arriba, sitio donde ambiciona estar de acuerdo con su naturaleza; lo femenino está abajo, hacia donde conduce la orientación de su movimiento. De este modo hay quietud, puesto que el movimiento ha alcanzado su fin normal. Aplicado al hombre, se señala aquí el problema que consiste en alcanzar la quietud del corazón. Es sumamente difícil aquietar el corazón. Mientras que el budismo aspira a la quietud mediante un desvanecimiento paulatino de todo movimiento en el nirvana, el punto de vista del Libro de las Mutaciones sostiene que la quietud es tan sólo un estado de polaridad que siempre tiene por complemento el movimiento. Tal vez las palabras de este texto contengan indicaciones para el ejercicio del yoga.

Aquietamiento de su espalda, de modo que él ya no siente su cuerpo. Va a su patio y no ve a su gente. Ningún defecto. La verdadera quietud consiste en mantenerse quieto una vez llegado el momento de mantenerse quieto, y en avanzar una vez llegado el momento de avanzar. De esta manera quietud y movimiento están en concordancia con los requerimientos del tiempo, y así hay luz en la vida. El signo representa el fin y el comienzo de todo movimiento. Se menciona la espalda, pues en la espalda se encuentran todos los cordones nerviosos que transmiten el movimiento. Cuando uno consigue que el movimiento de estos nervios espinales se aquiete, desaparece por así decirlo el yo con sus inquietudes. Ahora bien, una vez que el hombre ha logrado aquietarse así en su interior, puede dirigirse hacia el mundo externo. Ya no verá en él la lucha y el torbellino de los seres individuales, y será dueño de la verdadera quietud necesaria para comprender las grandes leyes del acontecer universal y el modo de actuar como corresponde. El que actúe partiendo de esta posición abisal no cometerá ninguna falta.

Montañas, una junto a otra: la imagen del aquietamiento. Así el noble no va en sus pensamientos más allá de su situación. El corazón piensa constantemente. Esto no puede cambiarse. Empero, los movimientos del corazón, vale decir los pensamientos, han de limitarse a la situación actual de la vida. Todo pensar que trasciende el momento dado tan sólo hiere al corazón.

Aquietamiento magnánimo. ¡Ventura! Aquí se da la cabal consumación del esfuerzo por conquistar la quietud. Se ha alcanzado la quietud, no en pormenores y de un modo mezquinamente delimitado; es más bien una estoica resignación general en cuanto al mundo entero, lo que confiere quietud y ventura frente a todos los aspectos en particular.

Aquietamiento de las mandíbulas. Las palabras guardan orden. Desaparece el arrepentimiento. En una situación peligrosa, sobre todo no estando uno a la altura de esa situación, es muy frecuente que se recurra a palabras y bromas impertinentes. Pero cuando se habla sin cautela, se cae fácilmente en situaciones que obligarán más tarde a arrepentirse en más de un sentido. Empero, cuando al hablar se guarda reserva, las palabras adquieren una modalidad cada vez más sólida, y todo motivo de arrepentimiento desaparece.

Aquietamiento de su tronco. Ningún defecto. El mantener quieta la espalda, tal como quedó expresado en las palabras que acompañan este hexagrama en su totalidad, significa que uno olvida su yo. Es este el escalón más elevado de la quietud. Aquí este grado de quietud no se ha alcanzado todavía. Por cierto uno ya está en condiciones de aquietar su yo, junto con los pensamientos y las emociones. Sin embargo, todavía no se libera totalmente del yo. De todos modos, el aquietamiento del corazón cumple una importante función que, con el tiempo, conduce a la completa eliminación de los impulsos egoístas. Aun cuando uno todavía no se haya liberado de todos los peligros de la duda y la inquietud, esta disposición de ánimo no implica una falta, ya que está en camino hacia aquella otra, más elevada.

Aquietamiento de sus caderas. Rigidez en su sacro. Peligroso. Se sofoca el corazón. Se trata en este caso de una quietud forzada. El corazón, sumido en inquietud, ha de ser dominado con violencia. Pero el fuego, violentamente rechazado, se convierte en un humo acre que se extiende en forma asfixiante. Por eso no se debe proceder con violencia en los ejercicios de meditación y concentración. Antes bien ha de desarrollarse la quietud a partir de un estado de recogimiento interior. Cuando se pretende obtener quietud a la fuerza, con violencia y con ayuda de una rigidez artificial, la meditación conducirá a graves perturbaciones.

Aquietamiento de sus pantorrillas. No puede salvar a quien él sigue. Su corazón no está contento. La pierna no puede moverse independientemente, ya que en su movimiento depende del movimiento del cuerpo. Cuando el cuerpo se halla en pronunciado movimiento y la pierna súbitamente se detiene, el movimiento del cuerpo, que continúa, provoca la caída del hombre. Lo mismo le sucede a un hombre que se encuentra en el séquito de una personalidad más fuerte. Se ve arrastrado. Aun cuando él se detenga en la mala senda de la injusticia, no podrá sin embargo retener al otro, pues su movimiento es muy fuerte. Allí donde el amo empuja hacia adelante, su servidor no podrá salvarlo por buenas que sean sus intenciones.

Aquietamiento de los dedos de sus pies. Ningún defecto. Es propicia una constante perseverancia. El quedarse quietos los dedos de los pies significa una forma de detenerse aun antes de comenzar uno a moverse. El comienzo es el tiempo en que se cometen pocas faltas. Uno se encuentra todavía en concordancia con el estado de inocencia original. Se aprecian las cosas intuitivamente tales como son, y todavía no influye el ensombrecimiento causado por los intereses y la avidez. Quien se detiene al comienzo, antes de haber abandonado la verdad, encuentra lo debido. Pero hace falta una constante firmeza para no dejarse arrastrar —falto de voluntad propia— por corrientes sin rumbo.