El signo Chen es el hijo mayor, quien se adueña del mando con energía y poder. Un trazo yang se genera por debajo de dos trazos yin y asciende con poderío. Es un movimiento tan vehemente que provoca terror. Aquí sirve de imagen el trueno que irrumpe desde las entrañas de la tierra causando temor y temblor con su conmoción.
La Conmoción trae éxito.
Llega la conmoción: ¡Ju, ju!
Palabras rientes: ¡Ja, ja!
La conmoción aterra a cien millas,
y él no deja caer el cucharón sacrificial, ni el cáliz.
La conmoción que se levanta desde el interior de la tierra a causa de la manifestación de Dios, hace que el hombre sienta temor, pero este temor ante Dios es algo bueno, pues su efecto es que luego puedan surgir el regocijo y la alegría. Si uno ha aprendido interiormente qué es el temor y el temblor, se siente seguro frente al espanto causado por influjos externos. Aun cuando el trueno se enfurece al punto de aterrar a través de cien millas a la redonda, permanece uno interiormente tan sereno y devoto que no incurre en una interrupción el acto del sacrificio. Tan honda seriedad interior, que hace que todos los terrores externos reboten impotentes sobre ella, es la disposición espiritual que deben tener los conductores de los hombres y los gobernantes.
Trueno continuado: la imagen de la conmoción. Así el noble, bajo temor y temblor, rectifica su vida y se explora a sí mismo.
Con sus sacudidas el trueno continuo ocasiona temor y temblor. Así el noble permanece siempre en actitud de veneración ante la aparición de Dios, pone orHen en su vida y escruta su corazón indagando si acaso, secretamente, hay algo en él que esté en contradicción con la voluntad de Dios. De tal modo, el temor devoto es el fundamento de la verdadera cultura de la vida.
La conmoción trae decadencia y un angustiado mirar alrededor.
Avanzar trae desventuras.
Si aún no llega la conmoción hasta el propio cuerpo, y sólo ha alcanzado al vecino, entonces no hay defecto. Los compañeros tienen de qué hablar.
La conmoción interior, cuando ha alcanzado su punto más alto lo priva a uno de su serenidad y claridad de visión. En medio de semejante sacudida desde luego no es posible actuar con reflexión. Lo indicado es entonces mantenerse quieto hasta la recuperación de la necesaria tranquilidad y claridad.
Pero sólo es posible actuar así mientras no se sufre el contagio de la agitación, cuando ya en el ambiente pueden observarse los efectos funestos de semejante excitación. Ahora bien, si uno se retira a tiempo de la acción, permanecerá libre de errores y perjuicios. Pero en este caso los compañeros que, en medio de su excitación, ya no aceptan advertencias, sin duda se mostrarán disconformes con uno. Sin embargo, esto no debe tomarse en consideración.
La conmoción va y viene: peligro, pero no se pierde nada en absoluto, tan sólo hay negocios, cosas que hacer.
Aquí no se trata meramente de una sacudida única, sino de una conmoción reiterada que no da tiempo para tomar aliento. No obstante, la conmoción no acarrea pérdidas, puesto que uno tiene buen cuidado de mantenerse en el centro del movimiento y verse así libre de la fatalidad de ser arrojado de un lado para otro, indefenso.
La conmoción se empantana.
El hecho de que el movimiento interior tenga éxito depende en parte también de las circunstancias. Si éstas son tales que ni siquiera se advierte una resistencia que pueda combatirse enérgicamente, ni ceden las condiciones dadas como para poder lograr alguna victoria y todo sigue siendo espeso e inerte como una ciénaga, el movimiento se paraliza.
Llega la conmoción y causa desconcierto. Si uno actúa a consecuencia de la conmoción, quedará libre de desgracia.
Existen tres formas de conmoción: la conmoción del cielo, que es el trueno; luego la conmoción del destino, y finalmente la conmoción del corazón.
En este caso se trata menos de una conmoción interior que de una sacudida del destino. En tales tiempos de conmoción pierde uno muy fácilmente la serenidad, al punto de ignorar toda posibilidad de actuación y dejar curso libre al destino, sin decir palabra. Si a raíz de la conmoción del destino se moviliza uno interiormente, podrá superar sin mayores esfuerzos los golpes del destino que llegan de afuera.
La conmoción llega con peligro.
De cien mil maneras pierdes tus tesoros
y has de subir a las nueve colinas.
No corras ávidamente tras ellos.
Al cabo de siete días los recuperarás.
Se describe aquí una situación en la cual, a raíz de una conmoción, se afronta un peligro y se sufren grandes pérdidas. Las circunstancias son tales que una resistencia sería contraria a la orientación de la marcha del tiempo, y por lo tanto no tendría éxito. Por eso, simplemente hay que retirarse hacia regiones altas inaccesibles a los peligros que amenazan. Las pérdidas de propiedades deben tomarse como parte del precio que se paga y no hay que preocuparse excesivamente por ellas. Sin que uno corra tras de su posesión, la recuperará por sí sólo una vez que pase el lapso cuyas conmociones se la hicieron perder.
Llega la conmoción: ¡Ju, ju!
Le siguen palabras rientes: ¡Ja, ja!
¡Ventura!
El temor y el temblor de la conmoción embargan a uno antes que a otros, de modo que se siente en posición de desventaja frente a los demás. Pero esto es sólo provisional. Una vez asumido y superado el enjuiciamiento, llega el alivio. Y así precisamente ese mismo terror en el cual uno de buenas a primeras tiene que sumergirse, en resumidas cuentas trae ventura.