4Meng / La Necedad Juvenil

hexagrama

Por dos vías mueve este signo a pensar en la juventud y en la necedad. El trigrama de arriba, Ken, tiene por imagen la montaña; la imagen del de abajo, K'an, es el agua. La fuente que brota al pie de la montaña da la imagen de juventud inexperta. El atributo del signo superior es el aquietamiento, el del inferior es el abismo, el peligro. El quedarse quieto frente a un peligroso abismo es, además, símbolo de la des-concertada necedad de la juventud. Pero ambos signos implican, por otra parte, el camino de cómo superar las necedades juveniles: el agua necesariamente sigue su curso fluyendo; al emerger el manantial, de buenas a primeras no sabe, claro está, hacia dónde dirigirse, pero con su constante fluir va rellenando los sitios que le impiden el progreso, y así obtiene el éxito.

La Necedad Juvenil tiene éxito. No soy yo quien busca al joven necio, el joven necio me busca a mí. Al primer oráculo doy razón. Si pregunta dos, tres veces, es molestia. Cuando molesta no doy información. Es propicia la perseverancia. En la juventud la necedad no es nada malo. A pesar de todo, puede incluso lograr el éxito. Sólo que es preciso dar con un maestro experto, y enfrentarse con él del modo debido. Para ello hace falta, en primer lugar, que uno mismo advierta su propia inexperiencia y emprenda la búsqueda de un maestro. Únicamente semejante modestia y diligencia acreditarán la necesaria disposición receptiva, que habrá de manifestarse en un devoto reconocimiento hacia el maestro. Asi, pues, el maestro debe esperar, tranquilamente, hasta que se acuda a él. No debe brindarse espontáneamente. Sólo así la enseñanza podrá llevarse a cabo a su debido tiempo y del modo que corresponde. La respuesta que da el maestro a las preguntas del discípulo ha de ser clara y concreta, como la respuesta que desea obtener del oráculo un consultante. Siendo así, la respuesta deberá acep¬tarse como solución de la duda, como decisión. Una desconfiada o irreflexiva insistencia en la pregunta sólo sirve para incomodar al maestro y lo mejor que éste podrá hacer es pasarla por alto en silencio, de modo parecido a como también el oráculo da una sola respuesta y se niega ante preguntas que denotan duda o que intentan ponerlo a prueba. Cuando a ello se agrega la perseverancia, que no cesa hasta que uno se haya apropiado del saber punto por punto, se tendrá asegurado un hermoso éxito. El signo da, pues, consejos tanto al que enseña como al que aprende.

En lo bajo, al pie de la montaña, surge un manantial: la imagen de la juventud. Así el noble, mediante su actuación escrupulosa, sustenta su carácter. El manantial logra fluir y superar la detención rellenando todos los sitios huecos que encuentra en el camino. Del mismo modo el camino hacia la formación del carácter es la escrupulosidad que no saltea nada sino que paulatina y constantemente rellena todos los huecos como el agua, logrando así avanzar.

Al castigar la necedad no es propicio cometer abusos. Sólo es propicio defenderse de abusos. Hay circunstancias que obligan a que un necio incorregible sea castigado. Quien no escarmienta, ha de sentir las consecuencias en carne propia. Este castigo difiere del sacudimiento usado al comienzo. Pero el castigo no debe aplicarse con ira; antes bien ha de limitarse a un rechazo objetivo de abusos injustificados. El castigo no es jamás un fin en sí mismo; únicamente debe servir para que se establezcan condiciones de orden. Esto vale tanto aplicado a la educación como a las medidas que toma un gobierno frente a una población que se ha hecho culpable de transgresiones y abusos. La intervención del gobierno ha de ser siempre únicamente defensiva, teniendo como único fin el establecimiento de la seguridad y la tranquilidad públicas.

Necedad infantil aporta ventura. Un hombre inexperto que de manera infantil y sin pretensiones busca enseñanza, tiene todo a su favor. Pues quien, libre de soberbia, se subordina al maestro, se verá estimulado con toda seguridad.

Necedad con cortedad trae humillación. Lo más desesperanzado para la necedad juvenil es enredarse en huecas fantasías. Cuanto mayor sea la terquedad con que se aferré a tales imaginaciones apartadas de la realidad, con tanta mayor certeza atraerá humillaciones sobre sí. Frente a la necedad corta de alcances el educador no tendrá a menudo más remedio que abandonarla, durante un tiempo, a sí misma, sin ahorrarle la humillación que le acarreará su comportamiento. Éste será entonces el único camino para su salvación.

No has de tomar una muchacha que ve a un hombre de bronce y ya no es dueña de sí misma. Nada es propicio. Un hombre débil, inexperto, que ambiciona ascender, pierde fácilmente su modalidad propia cuando se topa con una fuerte personalidad que ocupa una posición alta y a la que imita como un esclavo. Se asemeja a una muchacha que se abandona y se entrega al encontrarse con un hombre fuerte. No debe uno mostrarse solícito frente a semejante acercamiento forzado. Tal solicitud no sería buena ni para el adolescente ni para el educador. Una muchacha, cuidando su dignidad, debe esperar a que se la corteje. En ambos casos, es indigno que uno se ofrezca a sí mismo; tampoco es bueno aceptar semejante ofrecimiento.

Soportar a los necios con benevolencia trae ventura. Saber tomar a las mujeres trae ventura. El hijo es apto para administrar la casa. Se alude aquí a un hombre que no tiene poder externo, pero sí la necesaria fuerza espiritual para sobrellevar la responsabilidad que pesa sobre él. Posee la superioridad y fuerza inte¬rior necesarias para poder soportar con bondad las insuficiencias de la necedad humana. La misma actitud cabe frente a las mujeres, en cuanto sexo más débil. Hay que saber cómo tomarlas y con cierta caballeresca indulgencia mostrarles reconocimiento, únicamente en virtud de tal alianza entre la fuerza interior y la discreción exterior podrá uno cargar sobre sí la responsabilidad de conducir un organismo social de cierta importancia, obteniendo un éxito real.

Con el fin de desarrollar al necio es propicio disciplinar al hombre. Deben quitarse las trabas. Continuar así trae humillación. Al comienzo de la educación debe regir la ley. La inexperiencia de la juventud se inclina, por lo pronto, a tomar las cosas con negligencia y como si se tratara de un juego. Debe enseñársele entonces la seriedad de la vida. Una cierta auto-sujeción obtenida por la fuerza con rígida disciplina, es adecuada. El que sólo juega con la vida nunca llega a buen término. Pero la disciplina no debe degenerar en un ejercicio de amaestramiento. El amaestramiento continuado resulta humillante y paraliza la energía.